Buscarse una pincha
La Habana/En el último año, cada vez que una conversación con mis amigos llega a un punto muerto, después de un par de suspiros, alguien rompe el hielo y dice: "Lo que de verdad necesito, brother, es buscarme una pincha". El deseo se me convirtió en realidad este verano –durante mis vacaciones universitarias– cuando decidí no dormir doce horas cada día ni malgastar las otras doce, sino hacer algo productivo con mi tiempo. Así fue como terminé vendiendo series, películas y el tan de moda paquete semanal con audiovisuales. Encontré empleo, por supuesto, en un negocio particular.
Cincuenta pesos al día, seis jornadas a la semana, sonaba bien. Aunque nueve horas seguidas de trabajo parecía algo tortuoso, ganaría en un mes más del doble del salario medio; ayudaría en la casa, o al menos no sería un gasto. Comencé el lunes siguiente al fin de las clases.
En otras partes del mundo los jóvenes obtienen trabajos temporales para pagar la renta, la universidad, un carro o un viaje. Aunque mis motivos fueron menos elevados, al menos pude congeniar con personas de todas las edades y hacerme una idea del abanico de educación, intereses y perspectivas de la gente fuera de mi círculo personal. Además tuve que ajustarme a horarios y compromisos y afinar mi sentido de la responsabilidad. O sea, desde todo punto de vista, obtuve ganancias.
Ahora, la verdadera lección que aprendí en estos dos meses, fue sobre algo que creía conocer casi desde que tengo uso de razón. Porque no puedo recordar cuándo fue la primera vez que escuché decir que un salario común en Cuba es insuficiente para vivir... sobrevivir... o la palabra que sea. De la noche a la mañana, ese conocimiento teórico almacenado en mí, cobró vida y me golpeó como un mazo.
Cincuenta pesos al día, seis jornadas a la semana, sonaba bien. (...) Ganaría en un mes más del doble del salario medio
Todo empezó al invitar a una muchacha al café Mamá Inés de 17 y L en el Vedado, un lugar muy agradable y acogedor, estupendo para citas. El trato fue el mejor que recuerdo en mucho tiempo y –muy importante– sin falsas amabilidades. Los precios aceptables. La pasamos genial y fue un encanto pagar de mi propio bolsillo los 5,35 CUC de la cuenta. Porque sí, 5,35 CUC –el equivalente de 128,40 CUP– es un precio bastante sobrio hoy día en La Habana por dos mojitos y una sangría bien hechos.
Hasta ahora había vivido de lo que mis padres pudieran darme. Cuando había, había. Cuando no, ¡pues tenía que ajustarme al presupuesto! Yo contaba con que esta "independencia económica" recién adquirida me ayudaría a aflojar el cinturón y de repente tuve que preguntarme: ¿con esto puedo hacer una diferencia significativa? Sí, claro, es dinero que antes no tenía, pero ¿cuánto puedes hacer si la décima parte de un mes de salario se te va en un bar con un consumo moderado?
Dentro del rango en que se mueve la juventud habanera, con tanto concierto de Gente D´Zona y Los Desiguales, discotecas como la Sala Atril y el Copa Room, bares como Shangri La, Melen, Kprichos y Espacios –todas opciones exorbitantes–, yo soy de los que flotan entre El Sauce, Submarino Amarillo, Diablo Tuntún, Buda bar, Maxim Rock, fiestas universitarias o la todavía incierta Fábrica de Arte.
Estoy, en un escalón intermedio de la cadena alimentaria, solo por encima de los que apenas si tienen guitarra en la Calle G, quedan para jugar dominó el fin de semana o aprovechan los conciertos gratuitos. Y si tengo que trabajar dos días y medio para invitar a una muchacha, ganando más que muchos profesionales, entonces ¿qué será de esos médicos y esos profesores que seguro tienen al menos un hijo o, quién sabe, si un padre anciano?
Estoy solo por encima de los que apenas si tienen guitarra en la Calle G, quedan para jugar dominó el fin de semana o aprovechan los conciertos gratuitos
Como dije, más de mil veces habré escuchado quejas por lo inverosímil de los precios, de la inversión de la pirámide salarial, del bajo poder adquisitivo de los cubanos –como la licenciada en enfermería que hace años viene desde Artemisa a vender leche, o el abogado con un banco de películas– pero es tan chocante cuando no te lo dice nadie sino que lo descubres por ti mismo... Sin saber exactamente qué palabras utilizar, todas esas categorías y conceptos de la Economía Política cobraron sentido para mí de la forma menos imaginada... Es algo de lo que te haces consciente y se vuelve parte de ti. Y el instinto me dice que este es solo el primer ladrillo en un largo edificio por levantar... ¿o por derrumbar?
Cuando anuncié a mi familia que trabajaría durante el verano, las primeras reacciones fueron de aprobación y orgullo. Mi papá, sin embargo, se preocupó por que fuera a dejar la universidad. No, es sólo durante el verano, le precisé; en seis semanas voy a hacer un poco más de setenta CUC. ¡Y eso está muy bien!. Para un hombre que desde niño trabajó bien duro por muy poco –y siempre ha intentado que no me falte nada– debió ser chocante que, sin enfrentar ninguna necesidad imperativa, me lanzara a trabajar durante las vacaciones. Tratando de persuadirme, preguntó: "Y si tuvieras los setenta CUC ¿no lo harías?"
Parecía no entenderme. Con la objetividad de quien conoce un mínimo de economía le respondí, "Lo haría igual y entonces tendría ciento cuarenta CUC".
Ahora que ya no trabajo, he vuelto a los mojitos –más económicos y aguados– de la Casa Balear en la Calle G.