El parque de diversión es particular
La Habana/El niño camina sobre las aguas. No es una metáfora religiosa ni una película de ciencia ficción, sino el entretenimiento de moda en los locales recreativos privados. Los clientes se meten en una esfera transparente que flota en una piscina. Ríen, dan vueltas y saltan.
Los tiempos en que el Estado gestionaba todos los parques de entretenimiento del país son cosa del pasado. Los particulares ganan terreno en el mercado de la distracción. Al principio eran toscos carruseles de hierro o diminutas montañas rusas, pero poco a poco la sofisticación ha llegado al sector.
Rebeca Gutiérrez tiene 49 años y administra tres juguetes inflables en un local por cuenta propia en el Cotorro. Uno simula un castillo al estilo de Walt Disney, el otro tiene forma de delfín y un tercero imita un auto de carrera. Todos han sido importados por mulas que los traen de Panamá o Miami.
"Este negocio lleva una buena inversión inicial pero después se trata de mantenerlo", cuenta a 14ymedio. "Lo más importante es evitar que los niños se suban con zapatos, cintos con hebillas metálicas o cualquier objeto que pueda pinchar los muñecos", aclara.
Por 5 CUP, los padres compran para sus hijos 10 minutos de saltos sobre los inflables o camas elásticas. "Cada día le damos una limpieza antes de comenzar y si alguno se poncha tenemos los contactos para arreglarlo", explica. Sin embargo, lo más difícil sigue siendo ubicar los juguetes en un lugar que reúna las condiciones.
"Debe ser un sitio de fácil acceso, para tener buena clientela, y además la superficie donde se coloquen tiene que ser plana y sin piedras o irregularidades", añade Rebeca. Eso obliga a la mayoría de estos negocios a rentar solares o contratar un espacio en ferias y locales estatales.
Cuando era niña, esta emprendedora conoció su primer parque de diversiones en el campamento de pioneros de Tarará, al Este de la capital, una pequeña ciudad para niños localizada donde una vez estuvo un reparto residencial donde la mayoría de las casas fueron nacionalizadas tras enero de 1959.
Rebeca también visitó en muchas ocasiones el Parque Lenin, donde se estrenaron equipos japoneses que maravillaban a los pequeños con sus tazas locas o sus elefantes voladores de enormes orejas. Eran los tiempos en que el subsidio soviético fluía a raudales hacia la Isla y el Gobierno proyectaba ambiciosas industrias o monumentales parques zoológicos.
A partir de la década de los 70 surgieron muchas de esta áreas recreativas con aparatos mecánicos y eléctricos en varias cabeceras provinciales, pero los años y la crisis económica los convirtieron en un montón de chatarra bajo el sol.
Algunos han sido reparados en la última década, aunque las largas colas y las dificultades de transportación afectan a su popularidad. "Los padres quieren poder salir de sus casas y caminar hasta un lugar donde sus hijos tengan una recreación divertida y sana", cuenta Víctor Manuel, cliente asiduo del recién abierto Boulevard de 25 en el Vedado.
El hombre considera que el sector privado "está logrando acercar estas opciones a lugares donde antes no estaban". Desde que a su barrio llegaron los inflables por cuenta propia no ha vuelto a hacer "las largas colas bajo el sol para montar los aparatos de La Isla del Coco en Miramar".
El Boulevard, en pleno corazón de La Habana, es uno de los lugares más exitosos en los que se ubican estas zonas de ocio. Allí, el Estado arrienda espacios a 13 negocios entre los que hay cafeterías, restaurantes, salones de belleza, tiendas de artesanía y lo que burocráticamente se ha denominado "área de juegos".
De lunes a viernes permanecen abiertos de las nueve de la mañana a las siete de la tarde. Los fines de semana y en tiempos de vacaciones cierran a las nueve de la noche.
Jorge, uno de los trabajadores del local, explica que aunque los servicios gastronómicos pagan por el arrendamiento alrededor de 40 CUP por metro cuadrado, los cuentapropistas con inflables u otros divertimentos solo abonan 12 CUP. Quizás ‒especula‒ porque ocupan un espacio mayor o porque "es algo destinado principalmente a los niños".
La licencia que permite a estos particulares prestar este servicio se denomina "operador de equipos de recreación" y deben pagar 300 CUP mensuales por la licencia más un 10% de impuestos sobre sus ingresos.
En ninguna tienda del territorio nacional se venden atracciones de este tipo. "Todos son traídos desde el extranjero" o confeccionados localmente, aclara Rebeca. Sin embargo, desde hace varias semanas la Aduana General de la República ha estado poniendo obstáculos a la importación de los inflables.
Varios trabajadores por cuenta propia consultados por este diario se quejan de que les han decomisado juguetes de este tipo en el momento de introducirlos en el país. Según las autoridades se trata de productos para uso comercial y "una persona natural no está autorizada a hacer importaciones con fines comerciales".
En cambio, las redes informales ofertan una gran variedad de estos divertimentos y también de otros manufacturados.
Gerardo es herrero y se ha especializado en los últimos años en hacer piezas para tiovivos, carruseles y pequeñas estrellas giratorias destinadas a parques recreativos gestionados por privados. "Es un trabajo delicado porque son máquinas que van a mover a niños y que serán sometidas a mucho uso", explica.
Conocido en todo Ciego de Ávila por sus ingeniosas creaciones, Gerardo considera que "este tipo de parques tiene que administrarse a pequeña escala para que funcionen, porque el dueño debe estar velando todo el tiempo por cada aparato", asegura.
A pesar de su éxito dice que está pensando "cambiar el negocio de los hierros por el del aire". Porque "los muñecos inflables son lo que más vende ahora mismo, lo que más le gusta a los niños y por lo que más pagan los padres".