"Este era un pueblo sin alma y lleno de recuerdos"

Sandino/La Habana/Juan Ramos tiene 67 años y no le gusta hablar de su infancia. Pero esta semana su rostro se ilumina cuando recuerda a su madre. "Si ella hubiera podido ver esto", dice con los ojos enrojecidos. En el pueblo de Sandino, Pinar del Río, donde toda la familia fue llevada a la fuerza desde las montañas del Escambray, acaba de inaugurarse la primera iglesia católica construida en Cuba desde 1959.

En el cruce de la calle principal y un camino de tierra por donde transitan más coches de caballos que vehículos con motor, se alza la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús. El inmueble, con capacidad para 200 personas, destaca del resto del pueblo con su fachada impecable y recién pintada de amarillo. A su alrededor solo se ven edificios de concreto -que parecen jaulas- y albergan a cientos de familias que siguen estando etiquetadas como "conflictivas".

"Este era un pueblo sin alma y lleno de recuerdos", asegura Juan a 14ymedio, mientras se sacude una pelusa invisible de la camisa. Tiene las manos nudosas del trabajo en la siembra de tabaco, el producto más importante de esta zona donde vino a parar con apenas 12 años. Juan ha pasado la mayor parte de la vida añorando El Pedrero, en Sancti Spíritus, donde pasó su infancia.

"Allá tenía gallos, una mula con la que paseaba por la montaña y en el patio de atrás de la casa un pequeño cementerio con todos los perros que había tenido mi familia", recuerda ahora. Íbamos al pueblo los domingos para asistir a misa y, de vez en cuando, un sacerdote nos visitaba. "Pero un día llegaron los milicianos y solo pudimos cargar con la ropa que llevábamos puesta", cuenta.

Para evitar que los campesinos de la zona suministraran alimento y ayuda a los "alzados" del Escambray, el Gobierno revolucionario ordenó sacar en masa a los residentes de esas montañas

Para evitar que los campesinos de la zona suministraran alimento y ayuda a los "alzados" del Escambray, un grupo de rebeldes que buscaba derrocar a Fidel Castro a inicios de la década de los 60, el Gobierno revolucionario ordenó sacar en masa a los residentes de esas montañas del centro de la Isla. Juan y su familia fueron parte de los deportados que en 1964 fueron llevados hacia los pueblos cautivos, unas comunidades de las que apenas se podía salir o entrar.

Según datos revelados en publicaciones del exilio cubano, se calcula que en total fueron levantados 21 pueblos de este tipo, rodeados por alambradas y con guardias permanentes a la entrada. Los residentes no podían salir ni recibir visitas, toda la correspondencia era revisada.

"Vinimos custodiados todo el viaje por milicianos armados y cuando llegamos aquí mis padres se pusieron muy tristes porque el lugar era feo, bien feo", apunta Juan. "Estaban empezando a levantarse algunas viviendas que parecían cajas de fósforo, todas estaban unas muy cerca de otras, no se podía salir al campo abierto y no había iglesia".

Entre las cosas que la familia salvó de aquel traslado forzoso, estaba una cruz de madera que la madre de Juan llevaba en el cuello. "Esa fue nuestra propia iglesia por décadas, cada noche la sacábamos y le encendíamos una vela", detalla. "Había que hacerlo con cuidado porque este pueblo estaba lleno de informantes". Su hermano logró salir cuando el éxodo masivo del Puerto de Mariel, en 1980, pero él se quedó.

El pasado domingo, Juan era uno de los muchos feligreses que llenaron la parroquia en Sandino durante a la misa. El templo se erigió gracias, en parte, a los fondos donados por los fieles de la Iglesia de San Lorenzo en Tampa, Florida, nacida en el exilio cubano, que aportaron 95.000 dólares a la construcción del edificio.

Otras dos iglesias también han sido autorizadas para comenzar a construirse, tras la normalización de las relaciones entre el Vaticano y el Gobierno de Cuba

Otras dos iglesias también han sido autorizadas para comenzar a construirse, tras la normalización de las relaciones entre el Vaticano y el Gobierno de Cuba en las últimas décadas.

"Es una felicidad tan grande la que tenemos que es imposible describir. Como dijo el obispo, una iglesia para un cristiano es como un hospital para un enfermo", contó a este diario Rosa Martínez, una de las residentes que asistió a la ceremonia. "Las lágrimas me saltaban de los ojos al ver a mi iglesia reunida en el tan deseado templo", cuenta, interrumpiéndose por un suspiro.

"En los años que llevo viviendo aquí nunca vi tanta gente junta", comenta Martínez, quien vivió los tiempos en que "todos sospechaban de todos y temían hablar de estas cosas". Personas de todo el occidente del país se trasladaron al lugar a pesar del mal tiempo. La celebración estuvo cargada de emotivos momentos y algunos asistentes transmitían en vivo a través de internet para sus familiares fuera de Cuba.

"Las mexicanas de la congregación de las Hermanas Mínimas han tenido una labor muy importante en esta comunidad", agrega Idania, una octogenaria que llevó flores al altar de la Virgen de la Caridad emplazado en la nueva iglesia. Ella prefiere no hablar del tiempo pasado y un rictus de dolor asoma cuando se le pregunta si es de los residentes que fueron deportados desde el Escambray. En lugar de eso prefiere concentrarse "en el presente, en el ahora".

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