El Zoológico Nacional, un Arca de Noé que hace aguas
La Habana/El burro mastica galletas, rositas de maíz y hasta un pedazo de papel embadurnado en azúcar que los niños le ofrecen entre risas. Una madre carga a su pequeño bebé y lo acerca para que le dé un caramelo al animal. El Zoológico Nacional de Cuba reinauguró hace apenas dos semanas el aviario para proporcionar mayor bienestar a la fauna que acoge y mejor visibilidad a los visitantes. La reforma es parte de un conjunto de restauraciones que tratan de mejorar las instalaciones con el restablecimiento de redes hidráulicas, la recuperación de la laguna de oxidación y de otras áreas y locales.
Sin embargo, 32 años después de su fundación, el parque no logra ubicarse entre las primeras opciones recreativas de los residentes en la capital cubana, debido a su lejanía del centro urbano y a la poca variedad de sus ofertas.
"Esto es para quien tenga carro", se quejaba este sábado una abuela de visita en el lugar con dos nietos pequeños. La mujer asegura estar "escandalizada" por el costo de un taxi colectivo que la dejó en las inmediaciones del lugar y que se llevó un tercio de su pensión mensual. El interior del parque también está concebido para los desplazamientos en automóvil o bicicleta, con grandes distancias entre un área expositiva y otra.
Con sus 342 hectáreas, delimitadas por 10,6 kilómetros de muro perimetral, el zoo tiene 1.200 ejemplares en exhibición pertenecientes a 128 especies
Con sus 342 hectáreas, delimitadas por 10,6 kilómetros de muro perimetral, el zoo tiene 1.200 ejemplares en exhibición pertenecientes a 128 especies. Sin embargo, una buena parte de los visitantes que concurren a sus extensas áreas lo hacen en busca de un espacio donde los niños puedan correr y jugar, acceder a ofertas gastronómicas o, simplemente, alejarse de la rutina de las áreas urbanas.
"Lo que menos hemos hecho es asomarnos a las jaulas", comentó a este diario Claudia, madre de un niño de cinco años y quien está de visita en La Habana. La joven reconoce que "en comparación con el zoológico de Las Tunas, este es una maravilla porque hay más variedad de animales". Cerca de ella asoman los húmedos hocicos de dos dingos australianos, que muchos confunden con perros satos o callejeros.
El principal muestrario de animales en cautiverio de la Isla sigue arrastrando los rigores del Período Especial a pesar del nuevo proceso inversionista del que se ha beneficiado desde hace meses. Las dificultades para alimentar a los animales se erigen entre los grandes problemas que enfrenta el parque. "A veces llegan los suministros, pero otras veces tenemos semanas malas, en que viene muy poco", detalla Juan Antonio, trabajador de mantenimiento. El empleado considera que "la situación más difícil" la tienen "con los carnívoros, aunque el abastecimiento de frutas también falla mucho".
En un país donde una libra de carne de cerdo puede costar la cuarta parte de un sueldo, hay quienes consideran un lujo alimentar a un león con piezas de res o de caballo. "A veces tenemos que inventar", dice con una mirada enigmática Juan Antonio, quien afirma amar a todos los animales del centro como si fueran sus hijos.
El trabajador conoce al dedillo los detalles que diferencian a cada uno de los 45 ejemplares que habitan el foso de los leones, la mayor manada de esos felinos que viven en semicautiverio en la Isla. Su constancia se suma a las de más de 500 personas que laboran en el parque, que se dedican a la veterinaria, la biología, el transporte o la gastronomía.
En varias zonas del parque se ven en estos días enormes máquinas destinadas al movimiento de tierra para la construcción de una laguna de oxidación que, según Juan Antonio, "será utilizada en el aprovechamiento de las heces fecales de los animales para la producción de biogás".
A pocos metros, varias decenas de ancianos llegados en una excursión Círculo de Abuelos del municipio Boyeros ofrecen galletas a los monos. Nancy, una de las más entusiastas del grupo, critica la lentitud de los servicios que brinda el parque. "Todo se demora mucho", protesta, "en la entrada solo había una taquilla funcionando".
"No hay refrescos, ni agua para la venta, no hay chucherías, no hay, no hay y no hay", continúa.
"No hay refrescos, ni agua para la venta, no hay chucherías, no hay, no hay y no hay", protesta una visitante
Al Zoológico Nacional le ocurre algo similar a otras "instalaciones recreativas" que alcanzaron su esplendor en la Cuba de los años 80. El Jardín Botánico, el Parque Lenin en La Habana y otras similares en el interior del país se convirtieron en sitios de interés para el público por tener una oferta gastronómica de mayor diversidad en comparación con lo poco que podía comprarse entonces en las tiendas y cafeterías estatales.
Caramelos, galletas dulces, bombones y en especial unos bizcochos envueltos en chocolate conocidos como "africanas" atraían a cientos de personas, incluidos los revendedores, que hacían una y otra vez las colas para adquirir los productos vendidos en cantidades limitadas pero a precios asequibles. Con la apertura de los mercados en pesos convertibles y la aparición de vendedores por cuenta propia, desde hace más de veinte años, esa presión ha disminuido.
Ahora la mayoría de los visitantes viene en busca de esparcimiento o a mirar lo que se exhibe, sobre todo a partir de la llegada de decenas de animales que arribaron a la Isla en la denominada Operación Arca de Noé II, por la que Namibia aportó una donación de antílopes, elefantes, rinocerontes, buitres, avestruces, hienas manchadas y pardas, leones, leopardos, chacales de lomo negro, guepardos o chitas, linces, puerco espines y zorros de Oreja de Murciélago.
La sobrevivencia de estos animales está vinculada a la subvención estatal o de alguna otra fórmula dependiente de las decisiones políticas. Mientras tanto siguen allí, bucólicos, indiferentes o agresivos, inocentes todos, cumpliendo su papel de objetos de la curiosidad humana.